PERSONAJES HISTÓRICOS (32)

Relación de personajes que han tenido que ver con nuestra historia

CARVAJAL Y FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, Ángel María Francisco de (1793-1839)

Grande de España y Senador.

Hijo de Ángel de Carvajal y Gon­zaga (sexto duque de Abrantes) y de Ma­ría Vicenta Fernández de Córdoba y Pimentel (hija del duque de Medinaceli).

Como consecuencia de la muerte prematura de su hermano Manuel Guillermo, Ángel María pasó a ocupar la primogenitura del Ducado de Abrantes (el VIII duque), además era duque de Linares (IX), conde de Aguilar de Inestrillas (XIX), marqués de Aguilafuente (XV), marqués de Valdefuentes (XI), marqués de Villalba de los Llanos (VII), marqués de Sardoal (VIII), mar­qués de Goubea, marqués de Navamorcuende (VII), conde de la Mejorada (X), conde de Portalegre, conde de Villalba (XIII), conde de la Quinta de la Enja­rada (VI), XXII señor de los Cameros y de los Esta­dos de Matadeón, de las Cinco Villas y del Valle de Canales, señor de Baza y de Abarca y Villarramiro.

Tras la Guerra de la Independencia apoyó econó­micamente a la monarquía de Fernando VII con la cantidad de 20.000 reales para “las urgencias de la Corona”, que fueron cargados a la administración del propio duque en Salamanca, y el pago se ejecutó a finales de 1815.

Retrato de Ángel María de Carvajal.

(www.dbe,rah.es)

A partir de ese momento intervino activamente en el poder municipal de Madrid, siendo nombrado, en 1820, capitán de una de las compa­ñías del Primer Batallón de la Milicia Nacional, por elec­ción de los ciudadanos. En años posteriores continuó desempeñando diferentes cargos y empleos dentro de este Cuerpo, hasta que en 1834 fue nom­brado coronel del Regimiento de Infantería de la Mi­licia Urbana de Madrid por la Reina Gobernadora, en nombre de la reina Isabel II.

Con el nuevo régimen, tras el fallecimiento de Fer­nando VII, la Regente le concede la Gran Cruz de Carlos III, un lustro después de que hubiera tomado el hábito de la Orden Militar de Montesa.

En 1836 fue nombrado para inte­grar la lista de los treinta y siete electores encarga­dos de votar los individuos que habían de formar el Ayuntamiento de la Corte, lo que reafirmó su pres­tigio en el campo de la política municipal que, sin embargo, abandonó al ser designado, por elección popular, senador por Granada en 1837.

Al año siguiente, el 11 de septiembre de 1838, la Reina Gobernadora le nombró Caballerizo Mayor de su hija, Isabel II, cargo que resultaba incompatible con el de senador —según el artículo 57 de la Ley Elec­toral—, por lo que se creó un nuevo cargo en la Real Casa, el de Intendente General, que sería ocupado por el duque de Abrantes hasta que se pudiera encontrar otra persona adecuada.

Una vez resuelto el nombramiento del re­cién creado Intendente General, el duque de Abrantes presentó su renuncia a la Reina, con el objetivo de dedicarse en exclusiva a esta nueva fase de su carrera política en el Senado.

Era miembro de la Sociedad Económica Matritense y de las Sociedades de Amigos del País de Ávila, Salamanca, Granada y su filial de Baza.

Truncó su carrera política y cultural el hecho de morir joven, a los cuarenta y seis años.

CARVAJAL Y LANCASTER, José de (1698-1754)

Grande de España, estadista, diplomático y ministro, nacido en Cáceres.

Su padre, Bernardino de Carvajal y Vivero Moctezuma (III conde de la Enjarada) y su madre, Josefa de Lancáster (o Alencastre) y Noroña, pertenecían a una familia heredera de los títulos ducales de Abrantes y Linares.

Cursó casi todos sus estudios universitarios en Salamanca, en el Colegio Mayor de San Bartolomé el Viejo (1717-1727).

Escudo del Ducado de Abrantes

(www.es.wikipedia.org)

Después de varios intentos, obtuvo una plaza de Oidor en la Chancillería de Valladolid en el año 1729, llegando a Oidor decano y presidente de una de las salas civiles de ella. El 27 de enero de 1738 fue nombrado Oidor en el Consejo de Indias.

Cuando el Conde de Montijo salió de embajador extraordinario a la Dieta Electoral de Frankfurt, se llevó a Carvajal con el título de segundo embajador, especialmente encargado de documentar las pretensiones españolas a la sucesión de Austria.

Fue probablemente durante los dos últimos años del reinado de Felipe V cuando se formó, alrededor de Ensenada, una red o un grupo de presión donde se agrupaban a la vez los partidarios de un cambio de equipo y los defensores de reformas más radicales no sólo políticas, sino también económicas, sociales y culturales. Aunque, por ser ministro, Ensenada no aparecía en un primer plano, sus amigos se movían mucho: el duque de Montemar, el conde de Valdeparaíso, la familia de Alba (íntima de Carvajal) y, por supuesto, el mismo Carvajal al que se le consideraba un poco como el coordinador, sobre todo desde que había logrado establecer contactos secretos con los príncipes de Asturias, los futuros Reyes. Además, de todo ese grupo, era el único que, al parecer, tenía una idea bastante precisa de lo que se proponía poner en práctica. Su Testamento político, redactado en 1745, tenía visos de programa de gobierno.

Preconizó una serie de medidas económicas con vistas a restaurar la prosperidad y la grandeza del reino, juzgó imprescindible disponer de un largo período de paz, lo que suponía la liquidación de la guerra en curso y la revisión del sistema tradicional de alianzas de España: hacía falta distanciarse de Francia y aproximarse a Portugal, Austria e Inglaterra.

La subida al trono de Fernando VI (9 de julio de 1746) hizo de la Corte de Madrid un hervidero de intrigas y Carvajal continuó en su papel de consejero secreto de los Reyes. Un Real Decreto le confirió el puesto de ministro de Estado y decano del Consejo, con la dirección exclusiva de los asuntos exteriores y amplias facultades para el fomento de la economía (4 de diciembre de 1746). En los meses posteriores siguió acumulando cargos y honores: Gentilhombre de Cámara (1747), Superintendente de Postas y Correos (1747), Gobernador del Consejo de Indias (1748) y Caballero del Toisón de Oro (1750).

Apenas instalado en el poder tomó una serie de  medidas como fueron la sustitución del confesor francés del Rey por otro jesuita, español, el padre Rávago, antiguo confesor de Carvajal en Valladolid (16 de abril de 1747), y el confinamiento en San Ildefonso de la Reina madre, Isabel de Farnesio (23 de julio de 1747).

La política exterior constituye la parte más conocida de la actuación de Carvajal.

 José de Carvajal y Láncaster.

Retrato que se halla en la Real Academia Española

(www.es.wikipedia.org)

Su primera iniciativa, entonces avalada por Ensenada, fue la negociación con el embajador portugués y la firma del Tratado de Madrid (5 de enero de 1750), que fijaba los límites entre las posesiones españolas y portuguesas en la América meridional: a cambio de la colonia del Sacramento, España cedía una importante parte del Uruguay oriental, incluidas unas misiones jesuíticas cuyo traslado se preveía. Al cabo de pocos meses, un nuevo ministro lusitano, Carvalho, puso trabas a su ejecución, al mismo tiempo que los jesuitas de las misiones y sus indios se oponían a la operación.

Con el nuevo enviado británico Carvajal emprendió otra negociación encaminada a solucionar los puntos litigiosos pendientes entre ambos países. Se llegó a firmar un tratado en Madrid (5 de diciembre de 1750) por el que Gran Bretaña renunciaba al asiento de negros y navío de permiso mediante el pago de 100.000 libras esterlinas y la confirmación de antiguas ventajas comerciales.

Para Carvajal se trataba de una primera etapa en el camino de una posible alianza entre las Cortes de Londres y Madrid, pero aunque se prosiguieron las conversaciones, sus esperanzas quedaron defraudadas por la negativa del Gobierno inglés a discutir sobre una eventual devolución de Gibraltar y Menorca y por la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre el problema del contrabando en América y la evacuación de los establecimientos ingleses en la bahía de Honduras.

En Italia, ya abandonada la política de conquistas, Carvajal se propuso organizar un sistema de neutralidad. Apoyado por Inglaterra, firmó con Austria y Cerdeña el tratado de Aranjuez (14 de junio de 1752). El éxito italiano de Carvajal fue, sin embargo, empañado por la resistencia de los infantes de Nápoles y Parma a acceder al tratado y aún más por la conclusión, a sus espaldas, de un concordato con la Corte de Roma (11 de enero de 1753), negociado allí por un agente de Ensenada.

Muy consciente del deterioro de las relaciones hispano-francesas, particularmente preocupante en el caso cada vez más probable de un conflicto franco-británico, la Corte de Versalles decidió enviar de embajador a Madrid al duque de Duras, quien habría de intentar restablecer la armonía entre las Cortes borbónicas y hacer volver a España a la alianza francesa. Después de agrios debates, salpicados de reconvenciones y amenazas, el ministro no tuvo más remedio que declarar por escrito a Duras que su amo consideraba inútil y hasta inoportuno un nuevo tratado, ya que bastaban los vínculos familiares para llevarle a socorrer a su primo si aquél se encontraba “oprimido de sus enemigos” (14 de noviembre de 1753), postura que coincidía con la expuesta por Carvajal en sus Pensamientos, redactados hacia la misma época.

Intentó además aprovecharse de la coyuntura para incitar a España a desprenderse por completo de la tutela francesa, uniéndose por otro tratado a Gran Bretaña y Austria, a lo que se negó Carvajal en conformidad con su constante pauta política, así resumida por Keene: “España no ofenderá a ninguna gran potencia ni se juntará con ella, sino que se estará a la espera de los acontecimientos y entonces tomará lentamente su partido”. Así quedó en cierto modo prefigurado el sistema de neutralidad vigilante que, ya muerto Carvajal, mantuvo Fernando VI.

Tuvo una participación eficaz en la creación y el funcionamiento de los centros oficiales que eran las academias. Asociado desde 1746 a los trabajos preparatorios de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se convirtió en su protector oficial cuando se estableció por decreto (12 de abril de 1752); también fue director de la Real Academia Española (13 de mayo de 1751) y por su departamento pasaron las aprobaciones y estímulos concedidos a varias academias del país (Barcelona, Sevilla, etcétera.).

Por otro lado, conviene destacar su interés nada corriente por los archivos del reino. Proyectaba localizarlos, clasificarlos, hacer inventarios de ellos, particularmente los de las administraciones públicas o instituciones privadas. Empezó por crear una comisión general para la investigación y copia de los documentos más importantes para la historia eclesiástica y civil de España (3 de marzo de 1750), siendo uno de sus cometidos reunir los que pudieran fundar las pretensiones españolas en los debates acerca del Patronato Real. La dirección y la coordinación de los trabajos efectuados en los archivos públicos, eclesiásticos, municipales y otros de varias ciudades se confiaron a un jesuita, el padre Burriel, quien desde Toledo, donde residía, siguió correspondiendo con el ministro hasta la muerte de éste.

José de Carvajal entregando una medalla de Académico a Mariano Sánchez.

Pintura de Andrés de la Calleja (1754).

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

(www.es.wikipedia.org)

La preocupación de Carvajal por la industria y el comercio parece remontarse a su llegada a Madrid. Se oficializó por su nombramiento para la presidencia de la Junta de Comercio y se confirmó por su promoción al Ministerio de Estado, cuyo decreto le concedió extensos poderes para el adelantamiento de las fábricas, el comercio y el fomento de “cualesquiera proyectos […] nuevas plantas o mejor reglamento de las anteriores”.

Sus competencias aumentaron aún más, cuando a la Junta de Comercio se le incorporaron las de las Minas (3 de abril de 1747) y de dependencias de extranjeros (21 de diciembre de 1748).

Dotado de tantas atribuciones, Carvajal tenía poca experiencia práctica en materia económica, aunque sí bastantes conocimientos teóricos sacados de sus inmensas lecturas. Se había entusiasmado en particular, de manera algo ingenua, por los autores mercantilistas cuyas recetas adoptó y se empeñó en aplicar sin acceder a ponerlas nunca en tela de juicio. Además, quiso emprenderlo todo a la vez y lograr resultados rápidos. Su idea predominante era desarrollar las fábricas y el comercio por medio de compañías de comercio privilegiadas, de las que el Rey sería accionista. Así nacieron las Reales Compañías de Comercio y Fábricas de Extremadura (22 de mayo de 1746), de Zaragoza (27 de julio de 1746), de Sevilla (7 de agosto de 1747), de Granada (20 de agosto de 1747), de Toledo (10 de enero de 1748). Paralelamente se creaban las Reales Fábricas de paños de San Fernando de Henares (1746-1749) y de Brihuega (1749) y la de seda de Talavera de la Reina (1749), mientras el ministro no dejaba de alentar las fábricas de anterior fundación, como las de Guadalajara.

La política económica de Carvajal resultó un fracaso, ya subrayado por un analista contemporáneo: “Se gastó mucho y se inutilizó todo, y lo mismo sucedió en casi todo lo que emprendió, no por defecto de su amor y celo […], sino por no confiar de nadie y quererlo hacer todo por sí, por lo cual fue desgraciada su conducta y en nada tuvieron acierto ni efecto sus buenos deseos”.

El 8 de abril de 1754 Carvajal falleció casi súbitamente en su cuarto del Buen Retiro.

Para la realización del presente artículo se han tenido en cuenta los siguientes documentos:

– MCNBIOGRAFÍAS.COM

– MOLAS RIBALTA, P. “La Administración española en el siglo XVIII”, de “Historia General de España y América. Tomo X-2” (Director Luis Suárez Fernández). Ed. Rialp. Madrid 1984.

– REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA: “Diccionario biográfico español

 

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