CURIOSIDADES DE NUESTRA HISTORIA (36)

LA IGLESIA SALMANTINA EN LOS TIEMPOS DE LA REPOBLACIÓN.

LAS DOS DIÓCESIS.

En la provincia salmantina (tanto en la zona rural como en la urbana), los clérigos tuvieron una importancia fundamental, tanto por su número como por su influencia.

La autoridad, sin duda, correspondería a los obispos, no solo por sus mayores competencias eclesiásticas sino también por su poder militar (que lo tenían) y por la capacidad que poseían para  relacionarse con los círculos de poder (tanto en la Corte Real como en la Curia Pontificia).

No extrañaba que los obispos dispusieran de pequeños ejércitos (formados tanto por vasallos como por familiares propios) y que utilizaron para combatir a los musulmanes y posteriormente para colonizar nuevos territorios. Los monarcas les agradecieron esa colaboración con grandes donaciones; como veremos en otros capítulos, les entregaron tanto parcial como totalmente diferentes pueblos y villas.

Como los obispos se ausentaban de su sede durante largos períodos  y residían bien en dominios familiares, bien en la Corte (muchos tenían asignadas funciones de consejeros o notarios), la institución con más presencia urbana era el cabildo.

Será el que protagonice la liturgia en la catedral, tendrá funciones de gobierno en la diócesis, formará a los clérigos y administrará el patrimonio propio. Su presidente (el deán), tenía la capacidad de sustituir al obispo en caso de ausencia o enfermedad.

Interior de la Catedral Vieja de Salamanca

(www.catedralsalamanca.org)

En un primer momento el cabildo reuniría a los c urbanos, que acompañaban al prelado y llevaban una vida en común, pues compartían tanto la residencia como las reuniones del cabildo como los oficios religiosos. Posteriormente, esa vida en común se rompería por el crecimiento del número de clérigos, las repetidas ausencias de los obispos o la especialización de funciones. Todo ello coincidió (y lo veremos en otros capítulos con mayor detenimiento) con el auge de esta institución, muy favorecida, eso sí, por las constantes donaciones de los fieles.

Por lo demás, en la provincia de Salamanca tomará muchísima importancia el diezmo, como fuente de ingresos. Estos se dividirán en tres bloques. Un tercio estaría asignado a los clérigos que servían en las iglesias, lo que permitiría la expansión por las diócesis y el establecimiento de una iglesia junto a cada agrupación de campesinos. Otro tercio se destinaría a la construcción de las propias iglesias, el mantenimiento de las mismas y adquisición de objetos de culto. El último tercio iría directamente al obispo, que lo va a compartir con el clero catedralicio. Al disponer de importantes sumas de dinero, hubo enriquecimiento y la situación llegó a ser tan acomodada para los canónigos que la expresión “tener una canonjía” era sinónimo de bienestar.

La restauración de la sede salmantina debió ocurrir a mediados del año 1102, momento en el que el conde Raimundo de Borgoña encomendó al obispo Jerónimo la dirección de los clérigos y de las iglesias de Salamanca, asignándole numerosas rentas con el fin de que construyera la iglesia salamantina. El prelado se mantuvo como obispo de Salamanca hasta su muerte (hacia 1120).

Estatua de D. Jerónimo de Perigoud en el Puente de San Pablo, Burgos

(www.loscantaresdenuestrocid.blogspot.com)

La sede salmantina se encontraría en ese momento dependiendo de la metrópoli de Mérida, pero el pontífice Calixto II reorganizó el mapa eclesiástico y la adscribió a la metrópoli de Santiago de Compostela (el obispo Gelmírez por aquel entonces mandaba mucho).

Es difícil precisar la organización de la diócesis que, por otro lado, se debió realizar a través de un proceso lento. Sabemos que durante la segunda mitad del siglo XII el arcedianato de Ledesma funcionaba y la agrupación de clérigos (clerecía) de Alba contaba con responsables que coordinaban sus actuaciones.

La diócesis de Ciudad Rodrigo también se estaba organizando por esas mismas fechas, fruto de  la decisión real de consolidar (como ya vimos) la ciudad para controlar la zona ante posibles enfrentamientos con los portugueses, aunque tendrá la oposición de la diócesis salamantina que veía el asunto como una mutilación de su territorio (todo ello ya lo vimos, en otro capítulo).

La situación se normalizaría no sin antes intervenir el arzobispo de Santiago, el Papa y el monarca Fernando II. La solución llegó en el año 1174, cuando el arzobispo Pedro refrenda el acuerdo logrado por los cabildos en el que señalaban el límite de las diócesis por el curso de los ríos Huebra y Yeltes.

En esa época Ciudad Rodrigo contaba con una clerecía suficientemente organizada y existía un cabildo. Formalmente la diócesis fue erigida por el papa Alejandro III en el año 1175, a instancias del obispo de la sede, cuya solicitud fue apoyada por el arzobispo de Santiago y varios prelados, entre los que se encontraba el obispo de Salamanca.

Panorámica de la Catedral de Ciudad Rodrigo

(www.es.wikipedia.org)

A finales del siglo XII tanto la catedral salmantina como la civitatense gozaban de importante patrimonio y además fueron recompensadas con generosidad por la monarquía tras concluir el dilatado pleito.

La diócesis salmantina tuvo una superficie mayor que la que tienen en la actualidad pues incluía Medina del Campo y su comarca. Por contrapartida varias aldeas del este de la provincia (Rágama y Salmoral) pertenecieron a la diócesis de Ávila.

En la zona norte hubo conflictos con la diócesis de Zamora, tanto por las iglesias de Santiz, El Mesnal o Pelilla, como por los diezmos de Ledesma, Baños, Juzbado y Almenara. La solución llegó al asignarle a Salamanca todas las iglesias y derechos que poseía Zamora al sur del río Tormes (Yecla, Barruecopardo, Encinasola o Saldeana) y las situadas en la Ribera de Cañedo (Torresmenudas, Aldearrodrigo o El Arco); a cambio, Salamanca cedió (aunque luego recuperaría) aldeas como Santiz, Palacios o Zamayón.

La zona sur tampoco se libró de tensiones por los derechos de la villa de Montemayor cuya jurisdicción pertenecía a Coria.

Panorámica de la villa de Montemayor del Río

(www.turismocastillayleon.com)

En todo caso, los territorios diocesanos se encuentran bien delimitados desde comienzos del siglo XIII. Entonces ya la clerecía de Salamanca y Ciudad Rodrigo  están formadas por un conjunto más heterogéneo de individuos, con funciones, órdenes y sistemas de administración bien determinados. Los canónigos vienen a ser la aristocracia del clero urbano.

Las parroquias salmantinas se van construyendo al ritmo que se asientan los pobladores y que se levanta la catedral. El fuero de Salamanca enumera 34 iglesias, la mayoría bien documentadas: San Sebastián, San Cebrián, San Bartolomé, San Millán, San Isidro, Santo Tomé, San Adrián, San Nicolás, San Pablo, San Pedro, San Pelayo, San Salvador, Santa Cruz, Santiago, Santo Tomás Cantuariense o San Martín.

La parroquia-collación (estructura urbana dividida en pequeños barrios que tenían por núcleo aglutinante una parroquia)  se configuró como elemento clave de organización urbana, suponía una referencia topográfica precisa en el asentamiento de los nuevos pobladores según su origen y proporcionó el marco administrativo y fiscal para la mayoría de los habitantes.

La clerecía salmantina adquirió una organización muy definida, confirmándose como una verdadera asociación de los eclesiásticos de las parroquias para defender sus intereses, actuando de manera colegiada en diversos sentidos. El obispo Vidal aprobó sus estatutos en el año 1179 y en ellos se plasmaron algunos datos de importancia: estaba formada por los curas y los servidores de las parroquias de la ciudad, su dirección correspondía a un abad elegido por los miembros; se reunían para organizar determinados servicios religiosos, para delimitar sus derechos y obligaciones y defenderse (en caso de conflicto) frente a los laicos, al obispo, a los canónigos y a los curas de las aldeas.

Iglesia de San Millán, en el cruce de la Calle Veracruz con Libreros, Salamanca

(www.versalamanca.com)

En los pleitos con los laicos (a pesar de depender de jurisdicciones diferentes) la prioridad del estamento eclesiástico era clara, pues la querella se debía presentar ante el obispo o sus delegados con capacidad jurisdiccional (arcediano o arcipreste de la zona donde reside el demandado). Aunque existían mecanismos de presión sobre los eclesiásticos que pudieran cometer delitos: retenciones en las retribuciones económicas y (en casos de mayor gravedad) suspensión en su oficio. Ambas medidas solían resultar eficaces y disuasorias.

Los criterios legales de la época presentan otra peculiaridad, curiosa cuando menos, que afecta a las relaciones de los laicos y los clérigos: la buena fama como elemento exculpatorio. Las personas acusadas de un delito se debían defender apoyándose en el testimonio favorable de un número determinado de vecinos; si el herido era un presbítero y el acusado (laico) lo negaba, este último necesitaría el apoyo de doce vecinos para resultar exculpado; si el herido es diácono o subdiácono, el acusado necesitaría el testimonio de siete vecinos; pero si el herido es el laico y acusa a un eclesiástico, a éste le bastaría con el apoyo de cuatro personas para ser considerado inocente.

Las obligaciones del clero se dirigían, por un lado hacia sus feligreses, pero también hacia la autoridad interna (obispo, arcediano o arcipreste).

Los reyes fueron concediendo a los eclesiásticos determinadas exenciones que cargaban sobre los vecinos: mantenimiento del ejército, construcción y conservación de las obras públicas y otros impuestos extraordinarios para el mantenimiento del reino. Esto también beneficiaba a familiares, acompañantes y criados, así como a los sacristanes.

La importancia de la parroquia  como lugar de servicios religiosos también añadí importancia a la hora de articular la sociedad civil porque es en ella donde resultaban elegidos determinados representantes y jurados; organizaba la vida individual  (nacimiento, matrimonio, muerte); legalizaba la economía particular de los clérigos (las ceremonias llevaban anejas remuneraciones y las personas más pudientes dejaban en sus testamentos donativos para celebrar servicios religiosos). Además los clérigos tenían derecho al quinto de los bienes de los feligreses que fallecían sin testar, aunque en último término se beneficiarían solo de un tercio del quinto (el asignado a sufragios por el alma del difunto) pues el resto se destinaría a los pobres y a las obras de la parroquia.

Existía, por lo demás un número determinado de servidores religiosos en las iglesias de las villas, sobre todo en Alba, Ledesma o Béjar; había iglesias auténticamente rurales (documentadas) al norte del Tormes (Santiz o Pelilla).

Al mismo tiempo, la población salmantina cruzó el río, ocupando la zona de la vega y estableció los primeros asentamientos. Así se encuentran documentadas las iglesias de Tejares, Aldeatejada, Miranda de Azán, Santa Marta, Carbajosa, Pelabravo o Naharros.
Los servidores de estas iglesias deberían ser preferentemente presbíteros, dedicados a la celebración de la misa y  la administración de los sacramentos.
Hacia mediados del siglo XIII se multiplicaría la presencia de clérigos en la zona rural.

Existe suficiente documentación para saber que la diócesis había llegado al extremo sur con datos sobre la villa de Montemayor o San Martín del Castañar; por el oeste se tiene confirmación del nombramiento del clérigo de San Muñoz, lugar ubicado en el límite con la diócesis de Ciudad Rodrigo.

Iglesia de San Muñoz

(www.caminosantiago.org)

Desde el principio el diezmo también era la base de los ingresos de los clérigos rurales, completado con remuneraciones por celebraciones y cesión de bienes o rentas.

Con todo la situación de los clérigos rurales no parece que fuera muy desahogada, como consecuencia de la penuria de los colonos y los bajos rendimientos de la tierra.

Para la elaboración del presente artículo se han tenido en cuenta los siguientes documentos:

– HERNÁNDEZ VEGAS, M.: “Ciudad Rodrigo. La catedral y la ciudad. Capítulos III y IV”. Excmo. Cabildo de la Catedral de Ciudad Rodrigo. Salamanca, 1982

– MARTÍN MARTÍN,  J.L.: “La Iglesia salmantina”. Correspondiente al capítulo III de HISTORIA DE SALAMANCA II. EDAD MEDIA  (coordinador J.M. Mínguez, director  J.L. Martín),  Centro de Estudios Salmantinos. 1997

 

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