PERSONAJES HISTÓRICOS (30)

Relación de personajes que han tenido que ver con nuestra historia.

CARRANZA DE MIRANDA, Bartolomé  (1503-1576)

Eclesiástico, tratadista y censor, nacido en Miranda de Arga (Navarra).

Estudió Latinidad en Alcalá, a la sombra de su tío Sancho Carranza, catedrático en la citada Universi­dad.

Con dieciséis años ingresó en la Orden Domi­nicana y en 1525 fue elegido para pro­seguir estudios en San Gregorio de Valladolid, donde trabó amistad con fray Luis de Granada.

Estudió posteriormente Teología en Salamanca.

Casa natal de Bartolomé Carranza de Miranda en la localidad de Miranda de Arga

(www.vascongados.blogspot.com)

En 1539, la Orden le concedió el título de maestro, cuando asis­tía al Capítulo General en Roma.

Se reintegró a San Gregorio donde  explicó a santo Tomás y la Biblia.

Fue calificador del Santo Ofi­cio, predicador y director de conciencias.

Carlos V lo eligió como teólogo para el Concilio de Trento, donde tomó parte activa tanto en los debates dogmáticos como en los reformistas, en sus dos pri­meras etapas (1545-1547, 1551-1555).

y publicó Summa Conciliorum (1546) y  Quatuor Controversiae, obras re­lacionadas con temas fundamentales de la controver­sia protestante (1547);  igualmente publicó De necessaria residentia episcoporum (1547), verdadera bandera para cuantos deseaban una honda reforma de la Iglesia.

En 1548 fue prior de la Orden Dominicana de Palencia, luego provincial de Castilla (1550) y de nuevo profesor en San Gregorio.

Por esos años rechazó dos mitras (Canarias y Cuzco) y ser con­fesor del príncipe Don Felipe. Sin embargo, éste le escogió para llevarlo consigo a Inglaterra al tiempo de su boda con María Tudor (1554).

Editó en Amberes y Sa­lamanca su Instruction y doctrina como todo christiano deve oyr Missa (1555), que fue originariamente un ser­món de éxito en la Corte inglesa. Y finalmente editó en Amberes sus Comentarios sobre el Cate­chismo christiano (1558), escritos para Inglaterra por encargo del Sínodo de Londres (1555). Sin tiempo a difundirse en España el libro, fue censurado severa­mente por Melchor Cano y por otros, si bien no fal­taron calificaciones positivas.

Pasó a Flandes, llamado por el Mo­narca, fue predicador de Corte y descubrió la red de infiltración protestante en España.

Intervino en la redacción de las Leyes de Indias.

Escudo episcopal de Bartolomé Carranza

(www.es.wikipedia.com)

Felipe II se em­peñó en presentarle para el arzobispado de Toledo, tras la muerte de Martínez Silíceo y lo nombró en 1557. Entró en Toledo el 13 de octubre de 1558 y se entregó a su tarea episcopal, visitando las parroquias, predicando, reformando el cabildo y la curia, cuidando la provisión de beneficios y exigiendo la residencia personal a los párrocos.

La piedad y la austeridad de vida fueron sus distintivos, mientras se mostraba largamente li­mosnero con las rentas de la mitra.

Salió de la ciu­dad el 25 de abril de 1559 para iniciar la visita de la archidiócesis, pasó por Alcalá, de la que era se­ñor, y cuando visitaba Torrelaguna, fue apresado por la Inquisición (22 de agosto de 1559) por la publicación de unos Comentarios sobre el catecismo cristiano y trasladado a Valladolid.

En los meses que precedieron a la prisión, el arzobispo, sabe­dor de cuanto se urdía contra él, mostró su disposición para acep­tar cualquier corrección con tal de evitar un escán­dalo público que inutilizaría sus proyectos pastorales. Todo fue en vano. La base jurídica para su procesamiento la propor­cionaron algunas acusaciones de los protestantes va­llisoletanos procesados y la censura teológica de su Catecismo.

Tras este montaje jurídico se escondía la aversión del inquisidor general Fernando Valdés y la del teólogo dominico fray Melchor Cano. El primero había logrado de Paulo IV auto­rización general para proceder contra prelados y per­miso de Felipe II para encausar a Carranza.

Iniciado su proceso, recusó al inquisidor general por su animosidad personal. Nombrados jueces árbitros del pleito dos oidores de la Chancillería, dieron la razón al preso y obligaron a Valdés a renunciar a la causa, si bien se­guía de inquisidor general (23 de febrero de 1560).

Grabado de Bartolomé Carranza, realizado por Juan Barcelón

para la colección de los «Retratos de Españoles Ilustres»

(www.es.wikipedia.com)

Con ello quedaba paralizada la causa, hasta que, pre­via autorización pontificia, el Rey nombró juez de la misma al arzobispo de Santiago, Gaspar Zúñiga de Avellaneda, quien se desentendió de ella, encargando la instrucción a subdelegados.

A lo largo de los años (1561-1564) y con prórrogas sucesivas concedidas por Pío IV, el fiscal llegó a presentar dieciséis acusa­ciones, para muchas de las cuales se revisaron todos los papeles y cartapacios secuestrados al procesado, hasta sus apuntes de estudiante o textos ajenos transcritos. En todos ellos descubrían propo­siciones heréticas, siguiendo la norma impuesta por el inquisidor general.

La aprobación del Catecismo por algunos miembros de la comisión de Trento y la súplica diri­gida por algunos padres conciliares a Pío IV en favor del arzobispo preso, hacían más necesaria la interven­ción del Papa. Pío IV llegó a nombrar un legado pon­tificio (Hugo Buoncompagni, futuro Gregorio XIII) con especiales facultades, mas el papa murió y el le­gado tuvo que volver a Roma. El nuevo Papa, el in­flexible Pío V, ordenó, bajo severas penas, que reo y proceso pasasen a Roma. Se iniciaba una nueva fase.

Ante el nuevo papa Gregorio XIII, arreció la presión política del Rey y su embajador. Llegaron a Roma nuevas calificaciones adversas y el Papa optó por cerrar aquel proceso  buscando una vía media: no destituyó al arzobispo como deseaba el Rey, pero le obligó a permanecer en Orvieto unos años. No lo condenó por hereje pero sí lo declaró “vehemen­ter suspectus” de herejía, imponiéndole una declaración, no estricta abjuración, de algunas proposiciones. Le obligó a algunas penitencias espirituales y le asignó 1.000 ducados de oro al mes para su sustento y el de sus sirvientes.

Portada del libro «Comentariios al Catechismo» de Bartolomé Carranza.

(www.bibliothecasefarad.com)

Pocos días des­pués fallecía Carranza en Santa María sopra Minerva de Roma y allí era enterrado (2 de mayo de 1576). Extrañamente el Papa se reservó el epitafio de su tumba que aún subsiste; en él alababa su mo­destia en la prosperidad y su paciencia en la adversi­dad y lo calificaba de esclarecido en estirpe, admirable en predicación y en limosnas.

En 1992 se publicó en Salamanca su tratado Speculum pastorum (1552).

CARRILLO Y ACUÑA, Pedro (1595-1667)

Eclesiástico, jurisconsulto y político, nacido en Tordómar (Burgos).

Sus padres fueron Diego Carrillo de Acuña y Ca­talina de la Bureba, señores de la casa y torre de los Carrillos, de antiguo linaje castellano.

Sus estudios de Gramática transcurrieron en el colegio de los je­suitas de Burgos, y los de Artes en el de San Ambro­sio de Valladolid, también de la Compañía de Jesús.

En la universidad vallisoletana cursó Cánones y Le­yes, y se graduó de bachiller en Cánones en 1620, en 1628 como licenciado y más adelante como doc­tor. El 11 de septiembre de 1624 entró como becario en el Colegio de Santa Cruz. En esa Universidad obtuvo la cátedra de Ins­tituta Antigua (1629) y en etapas sucesivas ocupó las de Vísperas de Cánones (1631), Vísperas de Le­yes (1632) y Código de Leyes de Prima.

Portada de «Las Constituciones Synodiales del obispado de Salamanca«. (1656)

del Obispo Pedro Carrillo.

(www.vialibri.net)

Ordenado como presbítero hacia 1630, su carrera eclesiástica se vinculó también a la ciudad de Valladolid, en cuya catedral fue canónigo doctoral y penitenciario; al mismo tiempo fue provisor, vicario general del obis­pado y juez examinado, juez mayor de Vizcaya, ordi­nario de varios obispados en el tribunal vallisoletano de la Inquisición y auditor en la chancillería.

En 1633 fue nombrado auditor del Tribunal de la Rota en Roma, en representación de Felipe IV, por lo que pasó a residir en la Corte Pontificia (1634-1643), donde mantuvo un cercano contacto con el papa Urbano VIII, merced a lo cual fue favorecido con di­versas prebendas —un canonicato en Cuenca, la maestrescolía de Plasencia, el arcedianato de Briviesca y una canonjía en Burgos y referendario de ambas signaturas apostólicas.

A su regreso, Pedro Carrillo fue nombrado para ocupar la presidencia de la Real Chancillería de Valladolid (1645-1649).

En 1648 fue presentado por Felipe IV como obispo de Salamanca, ciudad en la que residió sin apenas ausentarse; allí celebró un sínodo (1654), cuyas Constituciones Sinodales se publicaron en 1656.

La Capilla Mayor de la Catedral de Salamanca.

(www.catedralsalamanca.org)

Hizo diversas donaciones en dinero u objetos que ayudaron a la obra de la capi­lla mayor de la catedral nueva de Salamanca, a repa­rar la biblioteca de Santa Cruz o a mejorar el retablo de las carmelitas de Alba de Tormes.

En 1655 fue promovido a la archidiócesis de Santiago de Compostela, donde entró en febrero de 1656 y en cuyo gobierno estuvo hasta su muerte en 1667.

Tuvo malas relaciones con el cabildo catedralicio por cuestiones de disciplina interna; el grave conflicto que se inició en 1666, tuvo como origen el intento del arzobispo de castigar a los dependientes del cabildo y alterar el modo de nombramiento del administrador del Hospital de San Roque, lo que se saldó con encarcelamientos de canónigos y otros in­cidentes. La grave­dad de la situación se resolvió con un acuerdo en vís­peras de la muerte del prelado, el 17 de abril.

Preocu­pado por la mejora del culto, fracasó Pedro Carrillo en el intento de crear un seminario para acoger a los acólitos, misarios y niños de coro de la catedral, y en su tiempo (1661) el cabildo decidió reforzar los expedientes de limpieza de sangre.

Las malas relaciones con el clero capitular no fue­ron obstáculo para que en la catedral compostelana, Pedro Carrillo estableciese importantes fundaciones. En 1662 comunicó al cabildo su intención de fun­dar y construir una capilla que alojara la imagen del Santo Cristo de Burgos; para este fin, la dotó, el 9 de diciembre de 1664, con abundantes rentas, entre las que se contaban los beneficios que produjese la venta de los libros de sus Decisiones de la Sacra Rota, obra en la que reunió buena parte de sus conocimientos jurí­dicos y su experiencia durante el período en el que fue auditor de la Rota.

Retablo de la Capilla del Santo Cristo de Burgos, en la Catedral de Santiago de Compostela.

(www.es.m.wikipedia.org)

Un numeroso clero se encargaría del culto y las fiestas de la capilla (en especial la exaltación de la Cruz) y el patronato se conservaría en la familia de los Carri­llo.

El período de gobierno de Pedro Carrillo coincidió con la guerra de Portugal. La derrota de los españo­les comandados por el gobernador Rodrigo Pimentel, marqués de Viana, le valió el cese y el nombra­miento como virrey de Cerdeña, por lo que el arzobispo fue nombrado el 6 de octubre de 1661 para sustituirlo en el cargo con carácter interino hasta que llegase el marqués de Caracena, nombrado en pro­piedad. Esto significó que el prelado pasó a residir en Pontevedra desde 1662; en julio de ese año inter­vino en la campaña militar contra Portugal; no obstante, en 1663, los portugueses intentaron una invasión de Galicia, que no llegó a producirse. El 25 de noviembre de 1663, Carrillo fue sustituido a su vez por Luis de Poderico.

En febrero de 1665, el arzobispo Carrillo redactó su testamento definitivo, ocasión que aprovechó para au­mentar considerablemente el mayorazgo de su fami­lia, pero también para realizar muchas e importantes donaciones y legados a los que debe su fama de mece­nas, cuando en realidad no se diferencia de otros pre­lados de su tiempo.

Retablo de la Iglesia de las Madres Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes.

(www.carmelitasalba.org)

El enterramiento de Pedro Carrillo se produjo en la catedral compostelana, en la capilla fundada por él.

Para la realización del presente artículo se han tenido en cuenta los siguientes documentos:

– REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA: “Diccionario biográfico español

– VILLAR Y MACÍAS, M.: “Historia de Salamanca. Tomo I”. Salamanca. 1887

 

 

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