En busca de las palabras olvidadas

El idioma es un organismo vivo en un proceso constante de adaptación a las necesidades de la sociedad a la que sirve. Pero, a veces, sin razón aparente, esa sociedad las arrincona, las desahucia, y las envía a la trastienda con el riesgo del olvido.

El idioma es un organismo vivo que se encuentra en una situación constante de cambio y movimiento. Gracias a esa enorme flexibilidad, el español es capaz de adaptarse rápidamente a los cambios que la sociedad impone en su uso. Esta característica, por desgracia, posee también una parte negativa. Las palabras que caen en el desuso corren el riesgo de desaparecer con una rapidez cada vez mayor.

Hace unos días, cuando tomábamos el café de la media mañana, una de las personas del grupo comentó que sus hijos le tenían la casa llena de cachivaches. Intervino otra de las personas afirmando que le encantaba oír esas palabras de gran sonoridad y que ya están en desuso. Y a renglón seguido soltó tres palabras que ella había escuchado a su abuela y le encantaban: nos sorprendieron: arriazo, zarrapastroso y achiperre.

La tertulia siguió por este y otros derroteros, pero en mí, quedó prendada la nostalgia de mis recuerdos de la niñez por pueblos de Extremadura. Hermosas palabras que el tiempo las habían ido apartando del lenguaje usual, a veces, sin razón aparente.

Cual no sería mi sorpresa cuando en el fin de semana leo un periódico y en una entrevista a Víctor García de la Concha afirma que hacemos un uso zarrapastroso del idioma.

Pero el idioma se construye con las palabras que usan las personas. Nosotros hacemos la lengua, pero también la lengua, las palabras, nos hacen a las personas.

Unas llegan y otras se van; algunas se adormecen para resurgir o se quedan en el lenguaje de sectores sociales.

Otras llegan, acuciadas por el devenir de la vida, y obtienen el afecto de los jóvenes hablantes. Y el idioma cambia, evoluciona, en una metamorfosis permanente. Como afirmaba el filósofo Parménides en el devenir de la vida hay cosas que cambian y cosas que permanecen.

Por ello, antes de que el tiempo os convierta en silencio y en olvido, antes de que os sustituyan por acrósticos y anglicismos, quiero defender la juventud de muchas palabras para que no pasen al cesto del olvido.

Abandono mi nostalgia y romanticismo para dejaros algunas de ellas que he ido recordando estos últimos días.

Ah!, se me olvidaba, mecido en el recuerdo. La compañera nos trajo unos días más tarde, algunas palabras que había recordado y otras que le aportó su madre como aricar, haragán o porqueriza.

Añado algunas otras palabras, en una lista abierta a la que os invite que vayáis rescatando otras palabras con derecho a estar en la lengua de hoy.

– Acicalar, adefesio, aderezar, agasajar, alcuza, almuerzo, amainar, antaño, atajar,…
– Balandrán, basilisco, batiburrillo, bizarro, bufar,…
– Cabañuelas, cachar, canícula, cartapacio, cascarrabias, cobertor, comadre, correveidile, cuadril,…
– Damajuana, descangallar, destral,…
– Embelesar, endilgar, enfurruñarse, escangallar, escogencia, esmorcillar,…
– Farfullar,…
– Gentil, gentileza, gañote,…
– Hijuela, holgazán,…
– Matraca, montanera,…
– Ogaño,…
– Pánfilo, pantomima, picaflor, pifiar, plumier, prístino, puerco,…
– Quisquilloso,…
– Ringorrangos,…
– Sobrado,…
– Tarambana, tinaja, trasquilar,…
– Zopenco, zurrar,…

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