Y APARECIERON LOS MUSULMANES
Desde mediados del siglo VII había una profunda crisis económica en todo el territorio hispano debida por una parte a la crisis agraria, agravada por distintas plagas de langosta, y por otra al descenso de la actividad comercial, consecuencia de la expulsión de los bizantinos de la Península.
Estos hechos provocaron el descontento de la población, sobre todo del campesinado, que además de sufrir estas crisis tenían que soportar la fiscalidad real y la fiscalidad de la nobleza.
Por otra parte, la monarquía visigoda era impotente para mantener unidos todos los dominios que tenía en Hispania y, a pesar de la aparente unidad territorial, las zonas septentrionales vivían en un estado de revuelta casi permanente, lo que hacía que con frecuencia los reyes visigodos tuvieran que combatir a distintos pueblos rebeldes (roccones, vascones, cántabros, etc) para mantener su autoridad en estas comarcas.
A nivel político, la nobleza (junto con el clero) fue arrancando a la monarquía parcelas de poder cada vez mayores. Este proceso fue refrendado jurídica e ideológicamente por la doctrina católica que defendía la sujeción de los reyes a los concilios. Los intentos de restablecer la autoridad de la monarquía por encima de lo demás, como puedan ser los representados por el rey Wamba (672-680), terminaron fracasando a través de un método hasta cierto punto simplista, pero eficaz: se cesaba al rey.
A todas estas circunstancias internas hay que añadir una externa: la expansión musulmana por el Norte de África y el control de los territorios del actual Marruecos.
Muerto Witiza, en el año 710, la corona entró en disputa entre los hijos del monarca fallecido, principalmente Aquila (apoyados por un sector de la nobleza) y otro sector que apoyaba a Don Rodrigo, posiblemente duque de la Bética. Este último se alzó con el triunfo pero los seguidores de Witiza no aceptaron la solución y reclamaron la ayuda de los árabes, que se encontraban próximos al Estrecho de Gibraltar, para combatir a las tropas de Don Rodrigo y conseguir la corona.
No era la primera vez que se producía un hecho similar en la historia visigoda ya que uno de los monarcas (Atanagildo) había conseguido el cetro ayudado por los bizantinos, o Sisenando con la ayuda de los francos. Lo que los descendientes de Witiza no calcularon fueron las consecuencias históricas de su decisión.
El rey Don Rodrigo arenga a sus tropas en la batalla de Guadalete.
Cuadro de Bernardo Blanco, del año 1871. Museo del Prado
(www.es.wikipedia.org)
Los musulmanes desembarcaron cerca de Tarifa, a las órdenes de Tariq ibn Ziyad el 28 de abril del año 711 y el rey Don Rodrigo tuvo que abandonar precipitadamente el cerco que mantenía en Pamplona para hacer frente a los invasores. El enfrentamiento entre ambos ejércitos se dio a orillas del río Guadalete, entre el 19 y el 26 de julio. Durante la batalla parte del ejército visigodo, mandado por los hijos de Witiza, abandonó y se pasó a los musulmanes, que arrollaron a lo que quedaba del ejército visigodo, al frente del cual se encontraba el rey.
Nunca se encontró su cuerpo y ello provocó una serie de leyendas en torno a su figura. Unas defienden que huyó a la zona de Huelva, otras señalan que se retiró hacia el norte; lo cierto es que su caballo fue encontrado a orillas del río Guadalete sin montura, lo cual haría pensar que el rey godo pudo morir ahogado en el citado río.
Tras la victoria el ejército bereber de Tariq ibn Ziyad emprendió la conquista de la península junto con el ejército de Muza, ayudado por su hijo Abd al-Aziz, sin encontrar resistencia. El itinerario de la conquista, estudiado por Sánchez Albornoz, nos muestra cómo pronto tuvieron lugar incursiones en los territorios del Valle del Duero, ocupando la zona este y, siguiendo las calzadas romanas, tomando León y Astorga (año 713). Posteriormente se completaría el dominio con la conquista de Lugo.
Imagen de Tariq, según un cuadro de la época
(www.grandesbatallas.es)
La facilidad de la campaña provocó rencillas entre Muza ibn Nusayr y Tariq ibn Ziyad que llegaron a oídos del califa Omeya de Damasco, Abd al-Malik, quien requirió la presencia del primero. Muza, atendiendo a la llamada del califa, atravesó la Península siguiendo la vía de Astorga a Mérida ocupando las zonas occidentales del Valle del Duero y afianzando de este modo el dominio musulmán sobre puntos como Zamora o Salamanca.
El Califa Omeya dispuso dar la razón a Tariq y encerrar de por vida a Muza. Al hijo de este, que se había quedado en la península, ordenó cortarle la cabeza para que no se vengase. El decapitado acababa de casarse con Egilona, viuda del último rey visigodo, don Rodrigo.
¿Cómo se pudo llegar a dominar la mayor parte de la Península con tan pocos elementos?
La respuesta hay que encontrarla en el sistema de pactos entre la aristocracia visigoda y los ocupantes musulmanes que facilitó la conservación de sus propiedades por parte de la aristocracia; hay casos muy curiosos como el de los hijos de Witiza que mantuvieron la propiedad sobre unas 3000 alquerías, o el de Teodomiro, que conservaría un territorio en las actuales provincias de Murcia y Alicante de manera semiindependiente.
Muchas ciudades y fortalezas quedaron desguarnecidas por los cristianos y se convirtieron en fortalezas musulmanas, pero conservando a la población cristiana que mantendrían sus propios funcionarios encargados de recaudar y entregar los tributos a los musulmanes, en tanto que aquellos podrían mantener sus bienes fuera de ellas. Esta situación se mantuvo al menos en aquellos centros que no habían sido tomados por la fuerza.
Más allá de las fronteras del Norte bien se pudo dar un cierto control sobre la población que provocaría levantamientos en determinados lugares astures. Ello puede ilustrar la rebelión de Pelayo en el valle del Sella, momento en el que parece se identifica la aparición del reino astur.
Puente romano sobre el río Sella, en Cangas de Onís, primera capital del reino astur
(www.lugaresconhistoria.com)
Su núcleo originario fue el valle del citado río, siendo su primer centro regio Cangas de Onís.
Se trataba de una zona donde en época romana radicaban grupos de tribus cántabras. En época de los visigodos se produjo la cristianización de estos pueblos que dejó restos de antiguos cultos paganos en cuevas, utilizadas ahora para el culto cristiano. Una de ellas bien podría ser la llamada cueva dominica (Covadonga), la cual uniría a su carácter de centro religioso el estar vinculada a un jefe político local (de ahí el adjetivo dominica).
En época visigoda esta zona pasaría a ser denominada por pueblos astures, lo cual explica el término de reino astur, que abarca zonas también de tradicional poblamiento cántabro.
Parece que en el año 718 los rebeldes astures hacen rey a Pelayo y que éste derrota a los musulmanes en Covadonga en el año 722, aunque estos hechos pueden ser perfectamente interpretables.
Monumento de Don Pelayo en Cangas de Onís
(www.es.wikipedia.org)
Los estudiosos, apoyándose en las llamadas Crónicas del Ciclo de Alfonso III, ofrecen un conjunto de noticias en las que, a pesar de la tendencia grandilocuente de considerar al reino astur como continuador, heredero y restaurador del desaparecido reino visigodo de Toledo, se puede confirmar la existencia de una tradición indígena y local, propia de una sociedad gentilicia. En este sentido la aparición del reino astur cabría verlo como algo propio y gestado a partir de pueblos no sometidos al dominio romano o visigodo, minimizando o anulando la migración goda hacia esas zonas y su influencia en los ámbitos políticos.
La denominada batalla de Covadonga representa la victoria de los astures de Pelayo contra las tropas del jefe militar Alkama y consiguiendo mantenerse independientes, en la línea de lo practicado ya en la época visigoda.
Ni con Pelayo (718-737) ni con su hijo y sucesor Favila (737-739) el reino astur pasaría de la mínima extensión. En cambio, con Alfonso I (739-757), yerno de Pelayo, ya se puede decir que se dibuja el primitivo reino. Y como cántabro que era el nuevo monarca, facilitó la unión entre dos núcleos importantes de resistencia al Islam.
Cuadro que representa a Alfonso I, de Manuel Castellano (1858)
(www.museodelprado.es)
Según las crónicas, Alfonso, junto con su hermano Fruela, emprendió campaña contra los musulmanes, conquistando una serie de núcleos de población, en un amplio territorio hasta el Sistema Central, eliminando la población musulmana y trasladando al norte a la población cristiana. Ello puede ser exagerado, pues al parecer sólo emigraron la aristocracia (junto con sus siervos) y el alto clero.
Lo cierto es que a raíz de la guerra civil entre bereberes y árabes del siglo VIII, por el reparto de tierras conquistadas, los primeros abandonaron sus propiedades en el Valle del Duero, lo que aprovecharon los reyes asturianos para destruir casas, puentes y refugios para impedir su vuelta, convirtiendo la zona en tierra de nadie, en desierto, donde los musulmanes no encontrasen cobijo ni alimentos en sus aceifas o razzias veraniegas. Una amplia zona de la Meseta Norte quedaría a partir de ese momento en una situación de práctica falta de control por parte del emirato.
De la segunda mitad del siglo VIII apenas existen noticias; no consta que hubiera enfrentamientos contra los musulmanes, a excepción de la campaña del 791, a partir de la cual se iniciarán de manera sistemática las acciones guerreras del emirato de Córdoba frente al reino astur. Los ataques debieron continuar en los primeros años del siglo IX.
Estatua de Alfonso II, junto a la Catedral de Oviedo.
(www.arteguias.com)
La llegada al trono de Alfonso II (791-842) supuso la restauración del orden godo y el establecimiento de la capital en Oviedo, así como el afianzamiento del reino astur. Bajo este monarca se llevaron a cabo campañas (sin especial éxito) contra Álava, la primitiva Castilla y Galicia, lo que manifiesta el carácter independiente de los núcleos cristianos del Norte. Sea como fuera, se va a producir la consolidación del reino astur a partir de la segunda mitad del siglo IX comenzando a gestar su expansión.
La Crónica de Alfonso III nos habla de las conquistas de Ordoño I (842-850) y la repoblación de núcleos como Tuy, Astorga o León. Además se permitió intervenir en apoyo de los mozárabes toledanos rebeldes contra el emir Muhammad o participar en expediciones por el valle del Ebro y el sometimiento de los vascones alaveses.
Ordoño I entregando su testamento a los obispos Serrano y Oveco.
Miniatura del llamado Libro de los Testamentos, del siglo XII
(www.artehistoria.com)
Paralelamente, los territorios de la primitiva Castilla se pudieron considerar integrantes del reino aunque predominara en ellos el poder de los jefes locales.
Para la elaboración del presente artículo se han tenido en cuenta los textos siguientes:
– “Salamanca tardoantigua y visigoda”. SALINAS, M., correspondiente al capítulo VI de HISTORIA DE SALAMANCA I (coordinador M. Salinas, director J.L. Martín). Edita Centro de Estudios Salmantinos. Salamanca, 1998
– “El nacimiento de León y Castilla (Siglos VIII-X). Historia de Castilla y León 3”. ESTEPA DÍEZ, C. Editorial Ámbito. Valladolid, 1985
Continuará …..