CURIOSIDADES DE NUESTRA HISTORIA.

LA PRIMERA EDAD DEL HIERRO

«La Historia no es mecánica porque los hombres son libres para transformarla.»

Ernesto Sábato (1911-2011) Escritor argentino

espadilla (J.M. Benito en Wikimedia Commons)            Espadilla (J.M.Benito en Wikimedia.com)

La Edad del Hierro se inaugura, obviamente, con la incorporación de un nuevo metal que da nombre a esta nueva época; o mejor dicho, con el uso de armas e instrumentos elaborados con el hierro. Dicha incorporación no fue simultánea en todos los lugares, lo mismo que ocurrió con la serie de transformaciones que marcaron el inicio del Neolítico, el uso del cobre o la generalización de las manufacturas de bronce. Así, aunque haya constancia de la existencia de objetos de hierro en el cuarto milenio a.C. en el Próximo Oriente y en Anatolia, no parece que pueda hablarse propiamente de Edad del Hierro en esta zona hasta bien avanzado el segundo milenio; en el resto de Europa este acontecimiento se sitúa, convencionalmente, sobre el siglo VIII a.C.

Los primeros objetos de hierro conocidos son de tipo meteórico (sí, procedente de fragmentos de meteoros) y los egipcios se referían a él como el “cobre negro del cielo”. De este tipo de metal son objetos de adorno que, junto a otros más suntuosos de bronce y metales preciosos, formaban parte de los ricos ajuares de las tumbas reales de Anatolia, fechadas en la segunda mitad del tercer milenio a.C. En Egipto se utilizaron objetos de hierro meteórico durante el Imperio Nuevo (1570 a. C.).

En algunas tablillas de inicios del segundo milenio a.C., encontradas en el Próximo Oriente, consta que el hierro era cinco veces más caro que el oro y cuarenta más que la plata. Pudiera ser significativo el hecho de que en la tumba del faraón Tutankhamon figuraran amuletos de hierro y un puñal de hoja de hierro con empuñadura de oro y cristal de roca.

Las considerables ventajas que ofrecían los objetos de hierro respecto de los de bronce (mayor dureza y flexibilidad) así como la facilidad para encontrar materia prima a causa de la proliferación de minas de mineral de hierro, favorecieron sin duda su aceptación.

La introducción del hierro en la Península Ibérica fue tardía y vino relacionada con colonizadores del Mediterráneo oriental, principalmente fenicios y griegos, en los inicios del siglo VIII a.C. El hierro es objeto de comercio, tanto de exportación como de importación, al igual que la plata, el estaño o el plomo.

cerámica (arteespana.com)

Cerámica

(arteespana.com)

A lo largo del citado siglo su uso fue raro y la utilización en joyas sugiere su consideración como metal precioso. Como ejemplo de ello diremos que el tesoro de Villena (Alicante), cuya datación se sitúa en la segunda mitad del siglo VIII, consta de cuencos y brazaletes de oro, botellas de oro y plata, dos objetos de hierro y otras sesenta y seis piezas (cuyo peso es de casi diez kilogramos).

La generalización y divulgación del uso del nuevo metal ocurrirá a partir del siglo VII a.C., momento en el que los objetos de hierro van siendo cada vez más frecuentes en poblados y lugares de enterramiento.

El período de la Edad de Hierro pudiera abarcar desde el 725 a.C. (fecha convencionalmente adoptada) hasta el 133 a.C. (año de la caída de Numancia a manos de los romanos). Pero como no existe un desarrollo uniforme sería bueno diferenciar dos fases sucesivas que denominaremos primera y segunda Edad del Hierro, sobre todo como valor cronológico. Se admite generalmente la fecha del 500 a.C. para el tránsito entre la primera y la segunda Edad del Hierro.

En las tierras del Valle del Duero la metalurgia del bronce sigue siendo dominante durante la mayor parte de esta primera Edad del Hierro. La auténtica proliferación de objetos de hierro (preferentemente armas e instrumentos agrícolas) no tuvo lugar hasta la segunda parte de este período.

Por lo demás, en materia de asentamientos, durante esta primera fase de la Edad del Hierro se han localizado tipos de poblados en la cabecera del Duero y en la cuenca media del mismo río y que tendrán relación con aquellos que aparecerán en territorio salmantino.

En la cabecera del Duero se establecen poblaciones que se asientan en lugares estratégicos y por lo general bien defendidos que han recibido el nombre de castros. Los asentamientos de la cuenca media del Duero reciben el nombre genérico de Soto de Medinilla y toman su nombre del yacimiento vallisoletano, a orillas del Pisuerga.

En este yacimiento se aprecia una elevación artificial del terreno constituida por superposición de poblados destruidos. Las viviendas son circulares con diámetros en torno a los 6 metros; sobre una plataforma de cimentación se alzan muros de doble fila de adobes colocados verticalmente y se refuerza el exterior con un cerco de estacas; en el centro se deja un espacio cuadrado o rectangular para el hogar; adosado al muro,  por el interior y en torno al hogar, se dispone de un banco corrido que, al igual que las paredes, se pinta de rojo o de blanco y rojo. Algunas viviendas presentan un vestíbulo de acceso de forma trapezoidal.

La cubierta de las casas debió ser cónica y realizarse con cañas y plantas de río. Fácilmente combustibles, por lo que los incendios serían muy frecuentes.

Entre las viviendas se han encontrado pequeñas construcciones rectangulares o cuadradas de adobe y con el suelo de tablas de madera, en cuyo interior figuraban restos de grano de cereal y que han sido interpretadas como graneros.

hacha de tacón (superstock.com)

Hacha de tacón

(superstock.com)

Los pobladores, como escribe Palol, eran “agricultores de gramíneas que viven en el valle del río y del valle del río”. Se trata, pues, de agricultores  de trigo y cebada principalmente que disponían de molinos de mano y de moldes de arenisca para la fabricación de hoces de bronce. Las sucesivas capas de pintura de las casas y la correspondiente reconstrucción de hogares han permitido suponer que estas gentes practicaban una agricultura itinerante. Para no agotar los campos de labor, estos se trabajarían durante unos cuantos años, tantos cuantas capas de pintura aparecen en las viviendas, pues hay que suponer que estas se limpiarían y adecentarían una vez recogida la cosecha. Los campos se dejarían descansar después, en barbecho, algunos años. Su abandono supondría también el del poblado durante dicho espacio de tiempo.

Pero la agricultura no fue la única actividad económica. De los restos hallados se han identificado animales domésticos (ovejas, cabras, bóvidos, cerdos, caballos y perros) y animales salvajes (conejo, liebre, ciervo, aves, jabalí, corzo, lobo y zorro), lo cual nos habla de que los humanos  de esta primera edad del Hierro también eran cazadores.

Se desconocen los rituales funerarios de estas gentes, aunque hay que suponer, por analogía con otros grupos de la Península Ibérica, que eran incineradores y recogerían las cenizas en un vaso cerámico, depositándolo en un simple hoyo practicado en el suelo, acompañado de objetos que formarían el ajuar. Existió también la costumbre de enterrar a los niños bajo el suelo de las viviendas.

En la cabecera del Duero existieron una serie de poblados, auténticos castros, que se situaban en lugares estratégicos cuya altura media rondaba los 1.200 metros y ofrecían óptimas condiciones defensivas naturales, permitiendo construir murallas cuyo trazado estaría condicionado por las características del terreno y cerraría un recinto de superficie inferior a una hectárea.

Las murallas se construyeron con piedras de mediano y pequeño tamaño, alcanzando una altura de unos cuatro metros y una anchura que oscila entre 3 y 6 metros. En algunos castros el flanco más vulnerable se ha reforzado con barreras de piedras hincadas y fosos.

Las viviendas pudieran ser cuadrangulares y circulares, disponiendo en todas ellas de un hogar en la parte central.

Además se han encontrado estructuras circulares de mampostería que, tanto por sus dimensiones como por los materiales asociados bien pudieran ser hornos de fundición junto con moldes de arcilla para la fundición de objetos de bronce y abundantes escorias de fundición de hierro.

En la provincia de Salamanca existen yacimientos que registran huellas de haber sido ocupados a lo largo de la primera Edad del Hierro, como es el caso de El Berrueco, en el límite entre las provincias de Ávila y Salamanca. El lugar conocido como Cerro del Berrueco está constituido por seis yacimientos distintos. La gran abundancia de hallazgos indica una población importante en ellos.

Tomando como referencia el arículo de J. F. Fabián “El Bronce final y la Edad del Hierro en el cerro del Berrueco (Ávila-Salamanca)” (Revista Zephyrus, nº 39-40, año 1986-1987), desde que a finales del siglo pasado el Cerro del Berrueco empezara a suscitar los intereses de coleccionistas y eruditos, ha sido, hasta hoy, uno de los yacimientos más visitados, famosos y saqueados de toda la provincia de Salamanca. La riqueza y vistosidad de sus hallazgos ha determinado desde hace poco menos que un siglo que se le dedicase una especial atención, aunque debe resaltarse que tal atención provino más del lado de coleccionistas, chatarreros o pastores intermediarios de coleccionistas, que de quienes tenían medios y conocimientos necesarios para dedicársela y sacarle el fruto que un yacimiento de sus características e importancia merecía y aún merece.

El Berrueco fue excavado y publicado por Maluquer en los años cincuenta y cronológicamente lo situó entre el siglo XI o X hasta el IV a.C, en que sería desmantelado.

Poco se sabe acerca del hábitat en las etapas inmediatamente anteriores; únicamente los datos que aportan los poblados inéditos del Castillo de la Corvera (Navalmoral de Béjar) y El Tranco del Diablo (Béjar), a unos 27 Km. al S-O. El primero está ubicado en lo alto de un cerro amesetado, abrupto y difícil, con excelente posición respecto al entorno. El Tranco del Diablo responde a una tónica parecida, aunque situado en medio de un paisaje de muy difícil movilidad.

Los antecesores más cercanos conocidos en la zona, de la época del Neolítico Final, habían elegido sus hábitats en laderas  preferentemente, como se observa en El Chorrito (Valdesangil de Béjar), sin excluir algún caso en el que se buscó un monte-isla próximo a un río, de excelente dominio ambiental, como por ejemplo el de Risco, en Santibáñez de Béjar.

No se observan hoy ni paramentos ni derrumbes que indiquen la existencia de una muralla. Existen restos de paredes auténticamente ciclópeas, bancales que a veces proporcionan dudas y que son restos de parcelaciones para el cultivo. Nada se sabe seguro de la necrópolis.

Allí se han encontrado piezas alargadas de bronce (pudieran ser asadores), fíbulas, figuras femeninas (representación de alguna diosa) o braserillos.

 

fíbula de plata lagacetadesalamanca.es

Fíbula de plata

(lagacetadesalamanca.es)

Distantes unos 100 Km. del C. del Berrueco, encontramos la misma tónica, incluso con un exacerbamiento mayor en la idea defensiva y estratégica. Así, en los castros de Bermellar y Saldeana no sólo se elige un promontorio abrupto, sembrado de grandes bloques de granito, de difícil movimiento y con enorme e inaccesible pendiente sobre el río Huebra en alguno de sus lados, sino que también, se fortifican con sólidas murallas y, por si fuera poco, los lugares más accesibles se siembran de «piedras hincadas». En el del Picón de la Mora se elige un picacho al borde de un riachuelo, sin ni siquiera amesetamiento en la zona más alta, rodeándose, una buena parte de él, por una muralla. El de Yecla de Yeltes responde a una mayor comodidad interna, pero siempre en un lugar elevado sobre el entorno y reforzado de murallas y «piedras hincadas». En el de San Cristóbal, de Villarino de los Aires y Pereña se busca un lugar elevado con gran pendiente sobre el río; en el de Pereña en concreto, se observan derrumbes de muralla que faltan en el de Villarino actualmente. Al Norte de la provincia de Salamanca el castro de «Salmantica» responde a parecidos planteamientos defensivos. Unos y otros muestran una gran preocupación defensiva, incluso sacrificando en la mayoría, más o menos acentuadamente, conceptos como la habitabilidad del espacio.

Sobre alguno de ellos volveremos a detenernos más adelante, cuando hablemos de la Segunda Edad del Hierro. De otros (Cerro de San Vicente y Cerro de las Catedrales) nos ocuparemos más extensamente en el siguiente capítulo.

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