CURIOSIDADES DE NUESTRA HISTORIA (10)

LA SEGUNDA EDAD DEL HIERRO

“El hombre es el que hace la historia”

Gregorio Marañón (1887-1960). Médico y escritor español

castro

Murallas y puerta de acceso al castro de Yecla de Yeltes

Foto: Diputación de Salamanca.

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La segunda Edad del Hierro se inicia, en la zona de la Meseta, alrededor del año 500 a.C., siendo esta una fecha un tanto artificiosa o teórica, que marcaría la decadencia y consiguiente desaparición de la mayor parte de las poblaciones tipo Soto de Medinilla. Tal acontecimiento no se produjo de golpe ni uniformemente, fue más rápido en unas zonas que en otras. Mayor precisión, aunque también con notables diferencias según las zonas, se puede tener a la hora de fijar el momento final, pues este viene dado por la conquista romana del territorio. En este sentido son significativos dos momentos cronológicos: el 133 a.C., año de la caída de Numancia, y el 19 a.C., en el que finaliza la guerra cántabro-astur.

La nueva etapa se caracteriza por dos importantes novedades técnicas; uso masivo del hierro y el empleo del torno. El hierro se usa de forma abundante, lo cual no significa que desaparezcan los objetos de bronce, aunque su número disminuye. De hierro serán las armas y de bronce seguirán siendo las fíbulas y otros objetos de adorno. El torno se utilizará para la fabricación de cerámica de carácter industrial, pero los hombres de la Meseta seguirán fabricando cerámica a mano para productos locales.

Las gentes de esta etapa viven en poblados sin fortificaciones, aunque, en general, en emplazamientos defensivos. Sus casas eran rectangulares, de piedra, cerca del Sistema Central, y probablemente circulares, de adobe, en el resto del territorio.

Sabemos que formaban una sociedad dividida en dos grandes grupos: los individuos de condición libre y los esclavos. Se mencionan esclavos en la campaña de Aníbal en la Meseta, precisamente entre los habitantes de Salmantica, aunque no sabemos gran cosa sobre su procedencia: si eran gentes del mismo grupo o restos de una población anterior sometida o eran consecuencias de guerras. En cuanto a los individuos libres se desconoce su situación social, aunque podemos acudir a los restos que nos proporcionan las necrópolis y comprobar los tipos de ajuares: guerreros, de artesanos, femeninos y el resto.

En los ajuares de guerreros se pueden establecer varias categorías: suntuarios, de caballeros (con arreos de caballos, lanzas, puñales y escudos) y de guerreros (ajuares completos de armas pero sin arreos de caballos). En los ajuares de artesanos hay que citar el punzón o las hoces. En los ajuares femeninos el elemento distintivo son las fusayolas que en ocasiones van acompañadas de canicas y otros objetos de metal (sortijas o fíbulas). Hay ajuares atribuidos a niños o niñas que están compuestos por objetos en miniatura (cuchillos, tijeras, pinzas, pendientes, vasos).

Nos encontramos ante una sociedad estratificada con marcadas diferencias sociales. En la cúspide estaría la aristocracia dedicada al gobierno y a la guerra, que detentaría una parte esencial de la riqueza, tal vez centrada en el ganado. Esta minoría de guerreros preponderante, que posee armas ricamente decoradas y caballos se diferenciaba del conjunto más numeroso de guerreros. En otro escalón estarían los artesanos y los comerciantes. Finalmente hay que mencionar a los esclavos.

Entre el 500 y el 400 a.C. se van a producir importantes transformaciones por causas políticas y económicas y los poblados se rodearán de fuertes murallas. Ya no eran suficientemente fiables los emplazamientos defensivos (laderas, espigones fluviales o mesetas); resultaba necesario defenderse ante la inestabilidad creciente, mediante costosas obras comunales. Las causas de todo este proceso no las conocemos con precisión, pero es posible pensar en una corriente migratoria de este a oeste.

El análisis de la muralla de Sanchorreja permite establecer sus características. Su trazado, que delimita tres recintos (uno principal, la acrópolis, y otros dos secundarios y yuxtapuestos) no es continuo, sino que se interrumpe y abarca los canchales que encuentra a su paso, en un intento de ahorrar esfuerzos y adaptarse plenamente a la topografía. Los lienzos de la muralla tienen una anchura que varía entre los 5 y los 6 metros, formando entrantes y salientes, para asegurar eficazmente la defensa. La organización de las entradas es muy simple: el muro se interrumpe y sus extremos se engrosan formando un embudo.

Todas estas características se pueden relacionar con otros castros de la región como los salmantinos de Yecla, las Merchanas, Saldeana o Bermellar, aunque estos presentan una técnica constructiva más depurada y una mayor riqueza en la organización de las entradas, por ejemplo en esviaje, así como refuerzos con paramentos internos y barreras en el exterior (las piedras hincadas) para evitar ataques de caballería.

Las piedras hincadas constituyen un artilugio defensivo interesante. Consiste en una serie de piedras, frecuentemente puntiagudas y de aristas cortantes, hincadas en el suelo, muy tupida, del que sobresale menos de un metro y ubicada en las zonas más vulnerables, como son las inmediaciones de las puertas.

piedras hincadas

Piedras hincadas frente a una muralla

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En zonas del oeste de la Meseta, así como en Galicia y Portugal se advierte una mayor complejidad defensiva, apareciendo fosos y dobles fosos junto con los campos de piedras hincadas.

El amurallamiento de los castros trajo como consecuencia importantes reformas urbanísticas. En algunos casos cierto número de casas se disponen unas junto a otras, adosadas al paramento interior de la  muralla y dando frente a una calle. En otros se realizan construcciones a cielo abierto caracterizadas por integrar siempre grandes rocas graníticas con oquedades, situándolas en el centro del castro constando de una gran estancia rectangular.

¿Para qué servirían? En algunos casos existen inscripciones latinas que nos informan sobre las ceremonias que se realizaban en el lugar y que consistirían en sacrificios de sangre.

Cerca de Guarda, se halla en una roca sin oquedades grabados unos textos traducidos por el profesor Tovar, que aluden a una serie de animales que se ofrecen a una serie de divinidades indígenas. Estrabón nos ha transmitidos detalles sobre sacrificios humanos y de animales que practicaban los lusitanos. Plutarco hace referencia a los sacrificios humanos que hacían los bletonenses, habitantes de Bletisama (la actual Ledesma) allá por los años 90 a.C. Finalmente ciertos objetos arqueológicos, como son un grupo de bronces votivos representan escenas de sacrificios de animales.

Tenemos noticias suficientes para hablar de las necrópolis. Estas se hallan situadas en lugares altos, cerca de la entrada principal del poblado, y en ellas es norma exclusiva la práctica de la incineración, distribuyéndose los enterramientos por zonas, sin orden aparente, y separadas por espacios estériles. Una vez incinerado el cadáver en lugares especiales, las cenizas se depositaban en una urna, que se colocaba en un pequeño hoyo cubierto de diferentes maneras, según las zonas. En algunas se utilizan estelas para señalar una o varias tumbas, en otras se utilizan unas simples piedras. Junto a la urna cineraria, o a veces en su interior, se colocaba, de existir, el ajuar integrado por piezas diversas pero relacionadas sobre todo con las ocupaciones del difunto en vida.

Uno de los aspectos más llamativos del grupo de poblados suroccidentales de la Meseta y de la provincia portuguesa de Tras-os-Montes, son las esculturas de toros y cerdos, conocidas, en general, como verracos. Su singularidad y tosquedad permitieron desde siempre elucubrar sobre la clase de animal representado. Ya en el siglo XVI Gil González Dávila elaboró un primer inventario de estas esculturas que reunía 63 ejemplares. Hoy se conocen varios centenares.

verraco de Salamanca

Verraco de Salamanca

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Tradicionalmente se ha buscado su origen en la rica escultura animalística meridional, cuyo carácter funerario, de protección a los difuntos, está fuera de toda duda. La idea es perfectamente asumible, habida cuenta de las constantes relaciones entre las tierras meseteñas occidentales y las tierras del sur (el área ibérico-turdetana) a través del viejo camino tartéssico, denominado más tarde “Calzada de la Plata”.

Las fechas que nos proporcionan los yacimientos del sur nos dan una datación en torno al 500 a.C. que puede ser cien años avanzada en las zonas del occidente meseteño. Se pueden fechar todas las esculturas zoomorfas de los castros que no alcanzaron la romanización desde comienzos del siglo IV hasta la destrucción de estos poblados a causa de las campañas romanas en la primera mitad del siglo II a.C. (guerras lusitanas), si bien estas esculturas continuaron tallándose hasta los siglos II-III d.C.

¿Qué finalidad tenían estas esculturas? Los antiguos pensaron que eran trofeos de los cartagineses, hitos terminales, referencias para indicar los caminos de los ganados trashumantes o monumentos funerarios, a la vista de algunas inscripciones latinas que algunos ejemplares tenían en sus costados.

Si tenemos en cuenta el origen meridional de estas esculturas, los verracos de los castros no tienen finalidad funeraria. Algunos ejemplares se han encontrado fuera de las murallas pero lejos de las necrópolis. El profesor Cabré señaló que tales esculturas eran representaciones mágicas protectoras de los rebaños pues pensó que se encontraban en el recinto que servía de encerradero de ganado. En la localidad portuguesa de Tras-os-Montes apareció un verraco colocado en el centro de una cámara circular, a la que se llegaba a través de un corredor; el material arqueológico recogido allí estaba integrado por numerosos huesos de animales y cerámica. Sin duda pudiera considerarse como un lugar de culto a un ídolo-verraco.

Desde el punto de vista económico, el cultivo de gramíneas seguirá siendo preponderante y se mantendrá el tipo de ganadería ya practicada anteriormente; bóvidos y cápridos. Existe una continuidad en la metalurgia del bronce, sin grandes innovaciones, con pleno dominio de las fíbulas de doble resorte; sin embargo se presentarán novedades interesantes: los objetos de hierro, antes escasos, pasan a ser habituales (se han documentado cuchillos, anillos, punzones, escoplos o puntas de lanza).

En cuanto a la cerámica presentará ahora una decoración de líneas paralelas conseguida mediante presión de un peine con varias púas sobre la pasta tierna del vaso. Este tipo de cerámica tiene una incidencia muy marcada en las provincias de Ávila y Salamanca, como se demuestra con el conjunto de piezas halladas en el castro abulense de Sanchorreja, el castro de Salamanca o el poblado salmantino del Picón de la Mora. Esta etapa primitiva de las cerámicas peinadas la podemos encuadrar entre mediados del siglo VI y mediados del siglo IV a.C.

Sin embargo la decoración se diversificará; los motivos “a peine” se hacen cada vez más barrocos, se incorporan otros motivos (acanaladuras, soles, etc.) y aparecen estampillados esquemáticos a base de patos o círculos concéntricos.

Existe una rica metalurgia, conocida sobre todo a través de los numerosos objetos metálicos que proporcionan los ajuares funerarios y las viviendas de los poblados. Se generaliza el hierro y disminuye el uso del bronce, que queda relegado, sobre todo, para objetos de adorno. Se utilizan nuevas técnicas decorativas, como son el troquelado y el nielado, generalmente de plata, que convierten principalmente a los broches y a las armas en auténticas obras de arte.

Entre las armas destacan las espadas de antenas con sus vainas decoradas, puñales de diversos tipos y con vainas decoradas también, tahalíes, umbos, abrazaderas de escudos, lanzas, etc., y en ocasiones se usarán largas espadas de procedencia foránea y las falcatas ibéricas. Otros objetos importantes son las fíbulas, que se siguen fabricando en bronce, aunque también se usará el hierro, y sus tipos se diversificarán notablemente (anulares, zoomorfas). Completan el panorama arqueológico una serie de objetos de hierro de gran valor: hoces, azadas, escoplos, sierras, etc., que nos indican las actividades agrícolas y artesanales de las gentes.

espadas de antenas 2

Espadas de antenas

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NUESTRO DICCIONARIO:

  • Esviaje:

De es y viaje

Oblicuidad de la superficie de un muro o del eje de una bóveda respecto al frente de la obra de que forman parte

  • Falcata:

Del latín falcata (espada en forma de hoz)

 Espada de hoja curva y con estrías longitudinales usada por los antiguos iberos

falcata     Falcata     (www.artehistoria.com)

  • Guerras Lusitanas:

Denominación de las guerras, entre 155 a.C. y 139 a.C., que mantuvo Roma con un conjunto de pueblos del oeste de la península ibérica, a los que los propios romanos llamaban lusitanos, y cuyo territorio fue incorporado a la provincia del imperio llamada Hispania Ulterior. Son, en parte, simultáneas a las guerras celtíberas que se desarrollaron en el territorio que posteriormente fue incorporado a la provincia de la Hispania Citerior.

  • Hito:

Del latín fixus, verbo cuyo participio pasivo es figere (clavar o fijar)

Mojón o poste de piedra, por lo común labrada, que sirve para indicar la dirección o la distancia en los caminos o para delimitar terrenos

  • Nielado:

Del latín nigellus, diminutivo de niger (negro)

Labor en hueco sobre metales preciosos, rellena con esmalte negro hecho de plata y plomo fundidos con azufre

  • Tahalí:

Del árabe tahlil (caja y sujeción donde se lleva escrita la profesión de fe islámica)

Tira de cuero, ante, lienzo u otra materia, que cruza desde el hombro derecho por el lado

izquierdo hasta la cintura, donde se juntan los dos cabos y se pone la espada

  • Troquelado:

Estampado de piezas metálicas

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